martes, 11 de marzo de 2014

Cada niño es único, cada mamá también


Venía en un Transmilenio (últimamente la mayor cantidad de anécdotas pasa en uno de estos) cuando vi salir de la nada una niña pequeñita; no tendría más de 4 años e iba tan feliz que gritaba entre risas y reía gritando mientras llevaba a su mamá prácticamente a rastras por entre la gente. Su espontaneidad hacia sonreír a quien la viese.
Inmediatamente pensé en Pipe, no recuerdo haberlo visto nunca tan expresivo. A sus casi 6 años jamás se ha dejado llevar por la euforia, ha vivido su infancia sin el menor asomo de sorpresa ante las cosas buenas. En una ocasión llegó del parque y encontró una bicicleta nueva en la sala con su nombre, mientras que su papá y yo mirábamos escondidos su reacción. Leyó el papel lentamente, sonrío mientras dijo con la mayor tranquilidad del caso: “mira abuelita, esta bicicleta es para mí”.
No estoy diciendo que sea un niño desagradecido, al contrario, cuando menos lo espero se me abalanza en una especie de abrazo sorpresivo y mientras me besa la mejilla me dice: “Mami, gracias por comprarle cordones a mis zapatos”. Extrañamente agradece las cosas más ínfimas mientras se mantiene impasible ante otras.
Él es más bien un niño tranquilo, sus profesoras dicen que a veces es inseguro y por más que he intentado seguir varias “pautas” de crianza, siempre termino hecha bolas, pensando en que quizás tanto estándar educativo no es aplicable para mí.

Hace unos días (precisamente en un Transmilenio… carachas) una muy linda mamá de una muy linda bebé me escuchaba expresarle, completamente avergonzada, mis miedos de estar haciéndolo todo mal. Y qué tal si… Es que la psicóloga dice… Y si soy mala por abandonarlo mientras trabajo… Qué pasaría si…  
Con la mayor naturalidad, ella me hizo entender que eso es parte esencial de lo que aceptamos como maternidad;  cuestionarnos desde que utilizan pañales, pensar y re-pensar nuestras acciones, preguntarnos cada noche al acostarnos, ¿y qué tal si?
¡Y qué alivio darnos cuenta! Por imperfecta que parezca nuestra manera de enseñar o de ser es completamente nuestra. Hay errores que nos dan forma, nos hacen quienes somos. 
Que si un niño tiene autoestima alta debemos estar vigilantes que no sea demasiada para que se vuelva egoísta y caprichoso; que hay que quererlo y darle un entorno seguro, pero si no quiere dormir solo en su cama debemos generar hábitos permitiendo que llore por ciertos lapsos de tiempo sin inmutarnos; que mientras los defensores de la crianza con apego insisten en que debemos suplir las necesidades de nuestros hijos con afecto, otros aseguran que los niños saben ser manipuladores y sus padres deben negar cualquier tipo de atención si el niño tiene un comportamiento no esperado…  Mi hermano diría algo como: ¿¡Whaaaat!?
Como si no tuviésemos suficientes cosas en la cabeza nos bombardean con mil opiniones expertas  para tener “mejores hijos”. En vez de dedicar los primeros años de Pipe a darle gusto a editoriales y medios, decidí que ante nada debía que tener claro era quien soy yo, cómo es mi familia (¿recuerdan a Barney y sus familias diferentes?) y qué espero del niño. 

Fue así que decidimos hacerlo a la antigüita: Aprendiendo cada día más, claro que sí,  pero basándonos en los valores que nos inculcaron los nuestros, corrigiendo los errores que tal vez cometieron y amando a nuestro chiquitín mucho, mucho, mucho.

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