jueves, 4 de febrero de 2016

El problema no son los niños, son los adultos



Por: @maternidadprime 

Por Facebook hay un imagen con una frase que creo que me cae como anillo al dedo: “yo era una mamá perfecta…hasta que me convertí en mamá.” ¡No puede haber verdad más verdadera!. Antes de ser mamá no entendía porque una madre era capaz de dejar siquiera que un niño diera signo de querer hacer una pataleta. No entendía por qué era tan difícil siemplemente mandar a callar a ese enano fastidioso de un chancletazo. ¡¡BENDITO CHANCLETAZO!! (nótese el sarcasmo). Me repetía una y otra vez que ese tipo de cosas jamás me pasaría a mí, por que yo SÍ les iba a dejar bien en claro quién mandaba, ¡no faltaba más, ¿yo dejarme mandar de un niño?

Hoy recuerdo y me río, pero también siento una profunda tristeza de lo que era. Yo no pensaba estás cosas porque así lo hubiese decidido, yo creía y profesaba estas cosas porque fue lo que en casa me enseñaron: el que no hace caso, lleva. Y aunque las veces que mi madrecita decidió descargar su frustración en mi fueron pocas, hasta hace poco las recordaba con amargura. No sólo los golpes me dolieron, también algunas palabras lo hicieron. Muchos le atribuirán a los golpes que recibieron en la infancia, el ser “una persona de bien”, pero siendo sincera, hoy ya no entiendo como un golpe te puede hacer mejor, peor aún viniendo de alguien que según te ama más que a nadie.

Creo que la gran mayoria de nosotros viene de hogares donde lo tradicional y lo común es creer que no hay nada mejor que un correazo, que corrige y que educa. Todos crecimos viendo como le pegaban a nuestro amigo, vecino, primo o incluso a uno mismo. Todos de algún modo aceptamos esto como parte de la tarea de ser padres. La mayoría hoy vemos el maltrato infantil como algo normal y NECESARIO, tanto que se burlan de aquellos que no lo ven así.

Cuando quedé en embarazo, entre tantas cosas que leí, llegué a todo esto de la crianza con apego. El amor por mi bebé en camino me hizo abrir la mente a nuevas cosas y entre más leí, más me sorprendia de lo errada que había estado, que las cosas se podían hacer de miles de formas y no solo como te aconsejaba la abuela, la vecina o el tendero.

Pero por más que leí, nadie me contó lo difícil que era desprenderse de todas estas “creencias” que cargas contigo en tu subconsciente. Cuando tu bebé deja de ser bebé y empieza a ganar “independencia” comienzan los enfretamiento por el poder. Como bien dice Rosa Jové en su libro Ni Rabietas ni Conflictos, las rabietas no son mas que una lucha de poder. El niño que quiere hacer algo pero el padre no se lo permite por el motivo que sea; el primero se bota al piso le hace tremendo berrinche porque el QUIERE hacerlo y el segundo “hace uso de su poder” y castiga, grita o golpea al niño. Una escena clásica que la gran mayoría hemos visto. Inconscientemente, nuestra mente relaciona estos episodios de frustración y rabia con experiencias de nuestra propia infancia y lo más “normal” es que reaccionemos tal cual como reaccionaron nuestros padres con nosotros. Yo las viví con mi primer hijo y sus rabietas me sacaban de casillas, al inicio trataba de poner en práctica lo leído (bajarme a su altura y hablarle), con paciencia lo hacia varias veces pero parecía no funcionar. No sabía qué pasaba si lo estaba haciendo tal cual decían en el libro. Mientras tanto la furia y la frustración por no poder controlar la situación y la decepción de que todo lo que había leído no me funcionaba me iba consumiendo y terminaba la escena “como debería ser”: un grito, un castigo o una nalgada; tal cual como lo había visto. Claro, esto para mi era más fácil porque jamás vi como se manejaba una situación de estas de manera respetuosa. Ni mis padres y mucho menos yo de niña, contábamos con herramientas para solucionar conflictos de manera respetuosa porque fuimos “víctimas” de métodos de crianza erróneos.

Por un tiempo me alejé mucho de la madre que quería ser. Pero llegó la luz y por cosas dela  vida esas personas se cruzaron en mi camino, personas que me ayudaron a saber porque muchos de nosotros consideramos los golpes y maltratos como lo normal en la crianza. Caí en cuenta que todo esto viene conmigo desde la infancia, que fui una niña que vio este tipo de violencia todo el tiempo y también veía que los adultos se burlaban de ello y lo normalizaban. Mis padres me gritaron, me castigaron y me pegaron porque mis abuelos lo hicieron con ellos, y estos a su vez fueron maltratados por sus padres; todos víctimas al fin y al cabo porque ningún padre quiere dañar a sus hijos. Un ciclo sin fin.

Sigo en constante cambio y mejora pero comparto mi experiencia porque quiero que sepan que sí existen otras maneras de educar sin tener que recurrir a los gritos ni golpes; para lograrlo debemos adquirir las herramientas necesarias que no son más que el autoconocimiento y el autocontrol de las emociones de cada uno. Tienes de dejar de ver a tu hijo como el “pequeño villano” y debes empezar a validar más tus emociones y tus reacciones cuando te diriges a él. Dejar de llevarle de la mano para caminar juntos de la mano. Un proceso en donde ambos aprenden.

¿Y qué resultado obtuve con esto? Bueno, reducción de las pataletas (MÍAS), el sigue haciendo una que otra pero juntos buscamos soluciones.

Mi hijo confía más en mí, antes me tenía miedo. Sabe que se equivoca y pide perdón cuando ha herido a alguien. Se siente seguro de quien es porque su familia, aunque a veces no está de acuerdo con sus actos, ama lo que él ES. Acepta con mayor facilidad un NO porque sabe que cuando mamá lo dice no lo hace “para que se acostumbre” sino que hay una razón para ello y él tiene derecho a conocerla.

Yo me equivoqué con mi hijo y le pedí perdón y lo haré cada vez que me equivoque. Hoy él entiende que es normal que nos equivoquemos pero que siempre debemos pedir perdón y resarcir el daño. Enseñar el valor del perdón mediante el ejemplo es la mejor manera de aprenderlo. Nunca es tarde para darle un vuelco a la crianza y empezar a criar personas respetuosas, empáticas y que saben gestionar sus emociones, de paso aprendemos nosotros a gestionarlas también.

Tomado del blog Maternidad Primeriza 

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