Pasando
la mitad de los veinte, uno se empieza a dar cuenta que muchas personas
cercanas y no tanto, se convierten en padres. Las madres, sobre todo, quieren
documentar cada sonrisa, suspiro y demás de su nuevo hijo. Con las redes
sociales, hubo una explosión que las ha sobrecargado de imágenes, frases y mil
cosas más sobre lo difícil y gratificante que resulta ser mamá. Algo que para
muchos puede resultar tonto, exagerado o que estamos ostentando de un gran
complejo de súper heroína.
He
leído cosas como que las abuelas de antes tenían más de diez hijos y no hacían
tanta bulla, también leo los múltiples comentarios de muchos que se quejan de
esos ‘mocosos’ chillones y pataletudos en el transporte público.
Regresemos
unas cuantas décadas en la historia y analicemos las cosas. Hace 70-50 años,
las mujeres eran madres y esposas dedicadas. Su única función era mantener la
casa arreglada, cuidar a los hijos y mantener felices a sus no muy
condescendientes maridos; (pilas, cuando digo únicas, no quiero decir que sean
labores fáciles, son bien complejas y bastante desagradecidas).
La
mujer no era más que eso, eran muy pocas las que trabajaban y se mantenían
solas, algo muy común hoy día. La tendencia era tener familias numerosas,
‘regar la sangre’, no importaba si la esposa quería o no. Los métodos
anticonceptivos no eran muy conocidos, eran de difícil acceso y, además, eran
vistas como malas mujeres por su uso (todavía, para algunas sectas religiosas
es así). Se casaban jóvenes, incluso, siendo niñas aún. Eran educadas para ser
esposas y madres ejemplares, no en vano, en los colegios para señoritas, se
veían clases de cocina, repostería, costura, tejido y otras artes del hogar.
Era difícil que proyectaran su vida sin un hombre al lado.
Mi
generación fue educada de manera diferente. A nosotras nos enseñaron a ser
autosuficientes. Tenemos clarísimo que no necesitamos a un hombre al lado para
hacer nuestra vida perfectamente. Es más, muchas prefieren no tenerlo, ya que
lo ven como un obstáculo para alcanzar sus metas y cumplir sus sueños. Tener
hijos es cuestión de elección, no de obligación. Nos da pánico el matrimonio.
Muchas, como yo, fuimos madres antes de los 30, pero tenemos clarísimo que no
está mal si se tiene después. Sobre nuestra espalda recayó el peso de ser
mujeres exitosas y brillantes profesionales, algo de lo cual me siento muy
feliz y orgullosa, pues no me cuadra mi vida encerrada en la casa, haciendo
oficio y haciendo las cosas que las abuelitas hacían a mi edad.
Sabemos
que la vida social es necesaria. Nos gusta salir de rumba con los amigos,
emborracharnos, sí, emborracharnos. Esperamos con ansías locas los conciertos o
partidos de fútbol. Queremos viajar, estudiar, aprender, conocer. No podemos
con la idea de ser sumisas y agachar la cabeza. Tenemos claro que podemos hacer
dos o más cosas a la vez. Somos la generación de las súper mujeres, esas a las
que no les da miedo nada y no se les ‘arruga’ nada para alcanzar lo que se
proponen.
Y
es por eso mismo que hacemos todo un show cuando somos madres. Como en nuestra
cabeza no se adaptó el chip de la mamá ama de casa, queremos seguir con todas
nuestras actividades recurrentes cuando llega el bebé a la vida, algunos por
accidente, otros planeados.
No
crean que es fácil de pasar de un régimen de salidas nocturnas desde el
miércoles, a una vida de la ‘tranquilidad’ de la casa. Y con tranquilidad me
refiero a no salir y escuchar música a todo volumen, sino ver dibujos animados
a todo volumen cuando uno quiere ver una serie de zombies y estar absolutamente
quieto.
La
parte más difícil, tal vez, es el trabajo, combinar el éxito profesional, con
el éxito maternal y peor aún, con el éxito de la vida en pareja (si se tiene).
Como comunicadora, debo estar dispuesta a trabajar en horarios no muy horarios.
Cuando un bebé llega a la vida de una mujer que se proyecta lejos en su vida
profesional, las cosas y proyectos pueden cambiar un poco. No he sido
contratada por ser mamá. Mil veces he tenido que escoger entre el trabajo y
Juan Martín, ¿Adivinen quién ha ganado la batalla las mil veces? Dejar de ser
egoísta es muy difícil cuando antes sólo te preocupabas por gastar tu salario
en tus caprichos y tu tiempo lo invertías en cada una de las ‘loqueras’ que se
te cruzaban por la cabeza.
Está
uno en el trabajo, relativamente tranquilo, dándole átomos, cuando suena el
celular y, ¡¡¡tarán!!!, es una llamada del jardín. Sepan que una mamá es
alarmista en todos y cada uno de los casos posibles. Con el corazón a mil, uno
contesta y le dicen algo como – Mamita, Juan Martín ha vomitado dos veces y
tiene mucha fiebre, es mejor que lo venga a recoger. Jardín – Trabajo de la
mamá, cada uno en un extremo de la ciudad. Pasar por la oficina de jefe a pedir
permiso, que lo miren con cara de revolver y diga algo como – Puede ir pero
déjeme listo lo que le pedí (sabiendo que es una actividad que no se realiza en
20 minutos). ¿Ustedes qué harían si los llaman y les dicen que uno de sus
padres está grave en la clínica, queridos amigos no padres? Pues lo que yo hago
cuando me dicen que Martín está enfermo, tiro todo al carajo viejo y salgo
corriendo como loca a ver qué pasó.
Díganme
si no es delicioso llegar a la casa, que la mamá le tenga la comidita caliente
después del trabajo, sacar al perro o acariciar al gato y dedicarse a nada
mientras se duermen, porque claro, fue un día pesado en la oficina y hay que
reponer energías. Resulta que cuando uno es mamá no puede hacer eso. Llega uno
cansado de la oficina, estresado por cuenta de las dos horas que perdió en el
trancón a revisar las tareas, hacer la comida, alistar las cosas del día
siguiente, hacer que niños pequeños se cepillen los dientes, se laven las manos
y se acuesten a dormir temprano para que el día siguiente no sea todo un caos.
A eso súmenle el tiempo en pareja y el asuntico que quedó pendiente del informe
que debe entregar en dos días. Resulta uno siendo el último en acostarse y el
primero en estar de pie en la mañana.
De
otra parte están los amigos y esas actividades que antes resultaban sagradas.
Es una suerte si uno puede tomarse más de dos cervezas y eso de ir al gimnasio,
estadio o spa, de verdad que es un lujo. Nos convertimos, sin querer, en las
amigas ingratas que siempre sacan el cuerpo y todo el tiempo están cansados o
con afán de llegar a la casa a ver qué pasó con sus retoños.
Y
es que con las mil cosas, maromas y peripecias que debemos hacer para quedar
bien en todo lado, pues claro que uno se come el cuento y, completico, de la
súper heroína.
¿Cómo
creen que logramos escaparnos, tomarnos unos tragos y hasta emborracharnos y,
al día siguiente estar regías jugando con los niños? O mejor aún ¿Ustedes creen
que no nos fastidian y no nos dan ganas de taparle el pico a nuestros hijos
cuando hacen berrinche en un lugar público? Pues obvio, queremos que nos trague
la tierra y, hay que ser sumamente valientes para poder aguantarlos, lidiarlos,
calmarlos y además, soportar sus miradas acusadoras, acompañadas de sus
comentarios. Les apuesto lo que quieran a que ustedes, queridos lectores no
padres, no tienen el oído tan desarrollado como para escuchar a través de las
paredes, incluso de un piso a otro, la tos de un niño; la vista tan aguda,
acompañada de un GPS ultra genial, para encontrar partes pequeñitas de
juguetes; estoy segura que eso de la telepatía y la adivinación no se les da,
por eso sólo las mamás llegan en el momento justo de la pilatuna, saben
perfectamente quién nos conviene y quién no; su tacto no es tan sensible como
para saber si un tetero o la tina del baño están a la temperatura ideal y no
causar quemaduras y, tampoco es tan cálido, como para curar heridas y dolores
terribles con una simple caricia.
Yo
tengo complejo de súper heroína. Soy la mamá que Martín necesita, soy la pareja
que quiere a su compañero, soy una profesional exitosa que cada se esfuerza por
demostrar que ser mamá no es ningún inconveniente, ni una suerte de
discapacidad para ejercer, soy una amiga que quiere a sus amigos y hace los
mayores esfuerzos por dedicarles tiempo, así sea en el chat, cuando la
necesitan, soy ama de casa (porque no tengo para pagar empleada que me haga el
oficio) y cada día doy la batalla para que mi casa esté linda y habitable.
No
desconozco el valor de esas matronas que tenían de cinco hijos en adelante, las
admiro y respeto muchísimo, pues la verdad sea dicha, yo no podría con otro
niño en mi vida, fueron las súper heroínas que en su época les permitieron ser.
Madres dedicadas y esposas abnegadas, ellas llegaron hasta donde pudieron y nos
abrieron las puertas para que hoy seamos las mujeres que queremos ser y como
queremos ser. Gracias.
Por
eso, invito a las personas que no tienen hijos a que, por sólo un momento,
entiendan cuán difícil puede ser la posición de muchas de nosotras, por qué la
Mujer Maravilla nos quedó en pañales y a ser un poco más tolerantes con las
situaciones que resulten incómodas y tengan niños pequeños de por medio.
Somos unas HEROÍNAS, somos unas genios por sacar tanto tiempo para esas pequeñas cosas que queremos como mujeres y aún tenerlo para nuestros hijos y aún así ser unas excelentes madres.
ResponderBorrar:) trágame tierra con cada berrinche!! Yo juraba en aquella época guajira de mis años mozos que no sería madre antes de los 30, y con un PhD bajo el brazo. Y ya tengo 3, y estoy cansada y soy mala amiga....
ResponderBorrarLa mujer maravilla no nos pisa los talones. Jajajaja
ResponderBorrarTe invito a leer un post sobre los berrinches. http://espanol.babycenter.com/blog/mamas/de-llorones-berrinches-y-padres-aguantadores/
definitivamente estamos conectadas las mamas profesionales. me siento muy identeificada con todo lo que dices en el post... para mi, mi R2 es la mejor experiencia y la mas agotadora de toda mi vida. Es divino, sí, pero es terrible y cada cosa que me ha tocado con el y su salud ha sido una lucha gigante.... justo hoy me pasó de todo y vengo y leo este post y siento como que no estoy sola y que sigo en pie de lucha con mi chiquitin :) #quegracias
ResponderBorrarAntes que nada, gracias por sacar tiempo de sus apretadísimas agendas de mamá para leerme- No estamos solas, ni somos las únicas que a veces queremos un día para recargarnos. Somo súper mujeres, somos súper mamás. Un abrazo para todas y para sus chiquitines, un besos espichado en el chachete.
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