Más o menos hace un año estaba a vísperas de recibir una noticia que cambiaria mi vida. Hace un año no pensaba, “ni de fundas”, ser mamá. Yo tenía otros planes.
No tenía novio, pero no estaba sola y en uno de esos fines de semanas llenos de “amort”, concebí a mi sapito. Me enteré de su existencia a las 4 semanas más o menos y a las 6 semanas manché y salí corriendo a la clínica junto con su papá. Parecíamos muy tranquilos, pero sé que por dentro, moríamos de miedo y nos sentíamos desconocidos. Esa fue la primera vez que escuché el corazón de Frisolito (así le empecé a decir hasta que me enteré que era un hombrecito). Escucharlo me llenó de felicidad; era verdad, iba a ser mamá si Dios me lo permitía.
Ese día no me dieron buenas noticias: tenía amenaza de aborto y tenía que guardar reposo. Aunque no me hacía a la idea de ser mamá justo en ese momento, temí muchísimo perderlo. Ya era toda mi vida.
Los meses siguientes no fueron fáciles, estuve muy sola y cargando el peso de “haber metido la pata a los 21 años”. Pero nada, jamás, fue tan importante como el bienestar de mi hijo que a las semana 20, el muy descarado, me dejó ver sus “partes nobles” mientras jugaba con ellas. Lo amé aún más.

La vida me cambió, literalmente, de un día para otro: desperté y fui mamá. Dejé de dormir para poder atenderlo, aprendí a cambiar pañales, a saber cuando tiene hambre, cuando le duele algo, cuando se hizo popó. Y sigo aprendiendo.
Hoy, Juan, es un bebé de tres meses muy feliz, solo es risas por aquí y por allá. Mi familia se iluminó con su llegada, nos hace inmensamente feliz. Somos afortunados por tenerlo.

@Banerol
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