Por: @Zavila
Esta es una historia que tengo pendiente de escribir desde diciembre del año pasado. Esta es la historia de cómo tuve el parto que decidí tener, por la información que tenía, por lo que hasta ese momento sabía, por lo que en ese periodo de mi vida de corazón quería. Esta es la historia de cómo la princesa de ojos gigantes y pelo acaramelado llegó una madrugada a nuestras vidas, y
las cambio para siempre.
Tuve un embarazo bastante normal y, creo que gracias a eso, me lo pude disfrutar mucho. Tengo que reconocer que se me hizo eterno. Esos 9 meses, transcurrieron a paso de tortuga y yo, sinceramente, conté todos y cada uno de los días. Creo que desde siempre le tuve miedo al parto. Y como no, toda la información que recibimos al respecto desde que somos niñas junto con las historias que oímos a medida que crecemos, solo nos asustan. Sin embargo, cuando quede embarazada de Sara comencé a leer mucho y el conocimiento de los detalles de ese momento, el saber con claridad que podía sentir y como iba a reaccionar mi cuerpo fueron suficientes para que gran parte del temor desapareciera. Más o menos a los 5 meses me inscribí en 2 cursos psicoprofilacticos. Los disfruté mucho. En los dos apoyaban la lactancia materna exclusiva y el parto natural, claro que con epidural. En ese momento pensaba: "Yo soy perfectamente capaz de hacer esto, pero si además me ayudan con anestesia, esto es pan comido". Reconozco que aunque leí mucho del embarazo y el parto, ignore de manera inconsciente (aunque ahora creo que, más bien, bastante consciente) todo lo relacionado con la anestesia. Me refiero a los contra de la anestesia, a los efectos secundarios para el bebé, a lo que, al estar anestesiada, me perdería. A lo mejor lo leí pero creo que no me pareció realmente importante, ni grave. Había hablado con amigas y familiares que habían tenido partos con epidural y a todas les pareció la maravilla y me la recomendaron. Decidí que eso era lo que yo quería: un parto natural, en la habitación, con mi mamá y con la opción de que me administraran la epidural.
Llegue a la semana 37 el 20 de julio de 2010. Para mí esa era la fecha más anhelada: mi bebe podía nacer en cualquier momento y yo estaba preparada. Tuve revisión con el médico el viernes de esa semana y ya tenía 2 centímetros de dilatación. El médico se asustó un poco y me dijo que él creía que Sara podía nacer el fin de semana. Yo tenía todo listo: maleta, papeles, etc. Pasó el fin de semana y nada. Mi mamá llegó para acompañarme ese lunes. Fuimos juntas al médico para que me revisara nuevamente. Ese mismo día me hice un monitoreo y, según eso, tenía bastantes contracciones aunque irregulares. Todo seguía igual. El médico vaticinó nuevamente que seguro de esta semana no pasaba. Programamos volver a vernos el miércoles. Llegó el miércoles y sólo tenía un centímetro más de dilatación. Me angustiaba un poco que pasaran los días y que nada sucediera, sobretodo porque mi mamá solo se podía quedar acompañándome 2 semanas. El viernes repetí el monitoreo y volví donde el médico. Al parecer había avanzado un poco más pero no mucho y, según el monitoreo, estaba en trabajo de parto. Hoy, después de todas las historias que he leído, estoy segura de que era una falsa alarma. Las contracciones eran espaciadas, regulares pero totalmente indoloras. El médico me dijo que caminara mucho pero que me fuera para la casa. Si sentía algún cambió le avisaría de inmediato. Salí con mi mamá de la consulta y me dedique a caminar. Creo que ese día camine tal vez 6 o 7 kilómetros. De hecho regrese a casa caminando. Almorzamos y me acosté a dormir. Recuerdo esa siesta muy bien. Dormí profunda y plácidamente, como hacía meses no lo podía hacer. De hecho, dormí casi 3 horas, y me levanté con una pequeña molestia. Era evidente que eran contracciones: el abdomen se endurecía mucho, pero nada me dolía. Le pedí a mi mamá que me tomará el tiempo entre las contracciones y la duración de las mismas. Comenzamos con contracciones de 10 segundos cada 10 minutos y en menos de 1 hora y media, las contracciones duraban 40 segundos y eran cada 5 minutos. Mi mamá se puso muy nerviosa y me dijo que llamará al médico. Cuando me disponía a hacerlo sonó mi celular y era él. Le conté lo que me pasaba y me dijo que me fuera para la clínica. Llame a mi esposo y le conté. El me dijo que en 20 minutos venía por mí. Me tome mi tiempo. Me bañe, me cambie y me arregle. Estaba realmente feliz e estaba increíblemente tranquila. Había llegado la hora de conocer a Sara. A las 6:30 de la tarde salimos para la clínica.
Cuando llegamos me revisaron en urgencias y todo igual: 4 centímetros, contracciones seguidas y regulares. La ginecóloga de turno hablo con mi médico y entre los 3 decidimos que lo mejor era quedarme internada de una vez. Nos pareció evidente que estaba en trabajo de parto y no valía la pena regresarme a la casa para tenerme de vuelta a media noche o en la madrugada. Me internaron. Reconozco que yo confiaba a ojo cerrado en mi médico y en el equipo de la clínica. Por eso, simplemente deje que me “atendieran”. Me contaron por encimita lo que iban a hacer, pero realmente nunca me consultaron. En ese momento no sabía que me debían consultar. No sabía que me podía negar. No sabía que podía determinar muchas más cosas de mi parto. Me canalizaron una vena y me pusieron pitocín (oxitocina). De un momento a otro las contracciones comenzaron a ser mucho más seguidas y, según el monitor, fuertes. Yo seguía sin sentir nada. Una o dos horas después llegó mi médico y me revisó. A mi nada me dolía. Miento, lo único que me dolía eran los tactos de mi médico. Me di cuenta que regaño a el médico de turno y creo que fue porque él nunca ordenó el pitosín. Le bajaron al mínimo al goteo. Me preguntaron por la epidural y dije que si la quería pero cuando las contracciones fueran más fuertes. Me advirtieron que desde el momento en que la solicitará, viniera el médico a ponerla y me hiciera efecto, podía pasar más de una hora. Dije que no me importaba que yo la quería únicamente cuando comenzara a sentir dolor.
Estaba tranquila pero ya bastante cansada. Me acompañaban mi mamá, mi esposo, mi suegra, mi cuñada y su esposo. Todos estaban bastante emocionados. Charlaban, se tomaban fotos y yo, cansada e impaciente, esperaba. A eso de las 11 de la noche, comencé a sentir un cólico fuerte en la parte baja de la barriga. No era un dolor insoportable pero a esas alturas yo estaba bastante desesperada. Pedí la epidural. Como a la media hora llego el anestesiólogo. Sacaron a todos de la habitación y me quedé sola con el médico y la enfermera. Me pusieron en posición fetal, me limpiaron con un líquido helado y comencé a temblar. El médico insistía en que me quedara quieta pero yo, no lo lograba. Hice todo mi esfuerzo y me la pusieron. Eso me dolió 10 veces más que los tactos. Me puse la bata de nuevo con cuidado y entraron mi mamá y mi esposo. Los demás ya se habían ido. A los 20 minutos, comencé a sentir que no sentía ningún dolor. No sentía el cólico, no sentía el dolor de espalda y pelvis que me acompañaba desde los 6 meses. Podía mover las piernas pero estaban como acalambradas. Aún las sentía, pero no sentía ningún dolor. Me relajé muchísimo y me dormí, creo que una o dos horas. Me sentó perfecto ese tiempo de descanso.
Como a las dos de la mañana me hicieron tacto nuevamente. No sentí el tacto y ya tenía 7 de dilatación. Mi médico, sin consultarme, me rompió la bolsa para acelerar el proceso. En ese momento me pareció que estaba bien. En menos de una hora ya estaba en nueve de dilatación y mi médico dió la orden de preparar la habitación. De un momento a otro la cama pasó a ser prácticamente una silla con estribos y todo lo cubrieron con telas azules. La enfermera traía un montón de cosas. Mi esposo y mi mamá se vistieron con batas azulitas, gorros y tapabocas. Más o menos a las 3:30, cuando todo estaba listo, el médico me revisó nuevamente y me dijo: “puja cuando quieras. Si quieres te avisamos y en la próxima contracción comienzas a pujar”. Yo sólo pensé: “ya voy a pujar, ya va a nacer, llegó nuestro momento”. Y así fue. Sentía una presión muy bajita. De hecho sentí y vi como mi barriga se iba desinflando a medida que mi bebé bajaba por el canal de parto. Después de pujar en 3 oportunidades, me concentre en las gafas del médico y vi como la cabeza de Sara se asomaba. En medio de ese pujo el médico me dijo, de repente, que dejará de pujar. Me fije en el reflejo de sus gafas y vi que la cabeza ya había salido. El hombro derecho también. Contuve la respiración y, salió el otro hombro. En menos de lo que siempre me había imaginado, nació mi princesa Sara. Mire el reloj de la habitación y eran las 4:05 de la mañana. De inmediato, el médico la puso sobre mi barriga. Era toda calientita. No lloraba, gemía un poco y se chupaba desesperadamente sus manos. La sentí, pero no la pude ver bien. A todos se nos escurrían las lágrimas. Mi esposo sonreía y tomaba fotos. Mi mamá estaba asombrada. A mí me parecía estar viendo una película. Después de unos instantes, la revisaron en una camita al lado, la limpiaron y la vistieron con la ropita que le habíamos llevado. El médico me felicito y me dijo que lo había hecho muy bien. Me sentí muy feliz, pero más que feliz, capaz y poderosa. Pensé: "todo salió como lo había planeado". Sara continuaba en la camita de al lado. Mi mamá y mi esposo la acompañaban mientras terminaban de revisarla. Yo no le quitaba los ojos de encima.
Me rasgué un poco, nada de consideración y el médico me cogió creo que 2 o 3 puntos. Al rato salió la placenta. Me la mostraron. Me pareció maravilloso poder ver en vivo y en directo el órgano que nos unía y nos conectaba íntimamente desde hacía 9 meses. Recogieron todo muy rápido y, en unos pocos minutos Sara estaba en mis brazos, succionando con fuerza sus primeras gotas de calostro. En ese momento si la pude ver con detenimiento. Me pareció hermosa. Fue amor a primera vista. La revisé. Su nariz estaba bastante torcida y su ojo izquierdo un poco morado. Creo que se maltrato un poco al salir. Su cabeza era suave y redondita. Me sentí muy feliz y al instante siguiente, agotada. De repente, todo el cansancio de casi 24 horas sin dormir, de caminar 6 kilómetros, de esperar, se manifestó sin compasión. Mi mamá se quedó conmigo lo que restaba de la madrugada. Ya eran casi las 5.
Gracias por permitir me pertenecer y compartir mi experiencia de ser mamá en este espacio!!
ResponderBorrarGracias a ti por unirte a este hermoso proyecto!! Esto es por nuestros hijos y por el amor que les tenemos!! #MamasBloggeras
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