Por: @la_new
Desde antes de salir de incapacidad por maternidad, yo estaba contando los días que tendría disponibles después de que nacieran mis bebés, con el corazón apachurrado de pensar que llegaría el día en que tuviera que volver a trabajar y dejarlas.
Ya que nacieron y las tuve en mis brazos, quería estirar lo más posible cada día. A pesar del cansancio de esos primeros meses y la revolución hormonal, una parte de mi deseaba con todas las fuerzas que no terminara.
Decidir con mi esposo lo que sería mejor para todos cuando yo volviera a la oficina no fue fácil. Hablamos mucho, visitamos guarderías y recibimos la maravillosa oferta de mi mamá de quedarse al cuidado de mis bebés en su casa. Considerando pros y contras, nos decidimos por esta opción.
El tiempo no se detiene y después de 81 días con ellas, llegó el día en que tuve que regresar a trabajar.
Ese jueves me levanté muy temprano, me arreglé, me puse zapatos en vez de tenis por primera vez en muchas semanas y levanté a mis bebecitas que todavía no cumplían los tres meses para meterlas en su sillita y llevarlas a casa de mi mamá. Cargué con mi casa entera para que tuvieran todo lo necesario con ellas, les di la bendición, muchos besos y me despidieron las dos con una sonrisita hermosa.
Pasé los siguientes diez días llorando en el coche durante todo el camino a la oficina. Me sentía culpable y triste de dejar a mis bebés de las que no me había separado desde que las concebí. Y entonces llegué a la oficina, me senté con mi computadora y un café que pude tomarme caliente, salí a comer con mis amigas y pude comer sin levantarme cada 23 segundos… ¡y me di cuenta de que regresar a la oficina no estaba taaan mal!
Hay un sentimiento de culpabilidad al aceptar que es un alivio dejar a las bebés en la mañana con mi mamá (que dicho sea de paso es una Santa, Católica y Apostólica), pero lo es. Confieso que me gusta tener un espacio que es mío, en el que sé lo que estoy haciendo y me encanta.
Si tuviera la opción económica para quedarme en casa con mis bebés, sin duda lo haría y creo con todo mi corazón que las mamás que pueden hacerlo son privilegiadas, porque no se pierden ni un segundo de sus bebés. Aunque mis bebitas están en el mejor lugar en el que podrían estar y con los mejores cuidados, yo no estoy y me pierdo de pequeños momentos que son los que están construyendo sus vidas. Sin embargo, no tenemos esa opción porque tenerlas también es tener una gran responsabilidad para darles todo lo mejor y eso, además de tiempo y amor, requiere dinero.
Con ese principio de realidad, intento hacer lo mejor de la situación. Cada día atesoro el momento de abrazarlas y darles la bendición antes de salirme a trabajar. Cada día atesoro los momentos en los que me siento bien con lo que hago en mi trabajo y me lleno de los buenos momentos y de los éxitos y satisfacciones. Cada día corro de regreso a verlas, a abrazarlas, a platicarles y a pasar tiempo de calidad, si es que no puedo dárselos en cantidad.
No puedo negar que sigo sintiendo un nudo en la garganta cada mañana, porque dejo las dos mitades de mi corazón con ellas que ahora son lo más importante en mi vida. Pero cada minuto lejos, estoy trabajando por y para ellas, para que nunca les falte nada, para ser una mejor mujer, una mejor mamá y un ejemplo para esas dos princesas que cada tarde me reciben con los bracitos estirados y unas sonrisas maravillosas.
muy hermoso y valioso eres una mamita con mucho coraje
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